Siempre la verdad es una reflexión sobre la manipulación y sectarismo de las ideologías.
SIEMPRE LA VERDAD
Corría el año 1976, mes de julio, en la cuesta de San Miguel, en frente de la parroquia de Santa María de Guadalajara, concluía la primera manifestación en favor de la amnistía y la libertad. La policía, mediante un megáfono, nos indicaba a los asistentes a la manifestación, que nos teníamos que retirar ordenadamente y en silencio. El anhelo de libertad lo encontramos en lo más profundo de nuestro ser, como un grito permanente. Este deseo y libertad de pensamiento nadie lo puede cancelar, aunque nos encontrásemos recluidos entre los cuatro muros de la celda de una cárcel. Lo que sí puede ocurrir es que nos priven de la libertad de movimiento o de expresión pública. “No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo” (San Bonifacio).
La historia reciente nos ha dejado las terribles secuelas del comunismo y del fascismo. Precisamente, el pasado 19 de septiembre de 2019, el Parlamento Europeo aprobaba la denominada Resolución sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa, que condena enérgicamente los crímenes cometidos por los regímenes nazi y comunista a lo largo del siglo XX. Su legado ha consistido en encandilar masivamente, produciendo decenas de millones de muertos, desastres, miseria y destrucción de pueblos enteros. Ambas ideologías, desde sus inicios, fueron jaleadas y vitoreadas por millones de personas y por naciones que estaban a la cabeza del desarrollo intelectual y del progreso técnico.
La ideología es lo contrario de la verdad. En la ideología siempre prima el enfrentamiento, la imposición, la supremacía, el distanciamiento de la realidad, la primacía de la idea. La ideología tiene afán de exclusividad y ridiculiza cualquier otra opinión. La ideología mata el espíritu crítico, produce docilidad y sumisión acrítica. La ideología es muy sutil y expande sus mensajes impregnando las conciencias con bonitas y atrayentes proclamas aplaudidas por masas enfervorecidas. La ideología gusta del miedo, ya que éste anestesia a las personas. Cuando esto ocurre, se pierde la objetividad, se oscurece la visión de la realidad y desaparece la verdad.
La ideología siempre absolutiza y busca la confrontación. Hace poco se proclamaba en una pancarta puesta en el balcón de un chalé: “Sanidad cien por cien pública”. La sanidad, como todos los servicios sociales, se tiene que centrar no en que sea pública o privada, sino en buscar la salud de las personas. La ideología produce un distorsionamiento de la visión de la realidad y oscurecimiento del valor de todo ser humano. Frente a esto, afirmamos que siempre lo primero es la persona, no la ideología. La ideología ensalza y diviniza lo público. Lo público cumple su misión, lo privado también. Lo principal es la salud de las personas, lo realice quien lo realice. Cuando se pone en el centro la persona la ideología pasa a un segundo plano.
Siempre hay que saber marcar distancia crítica sobre los acontecimientos, con el fin de que no nos envuelvan y atrapen. De este modo, podremos enjuiciarlos en su justa medida. Con motivo de la pandemia, nos llegan multitud de noticias que nos causan perplejidad y nos pueden hacer pensar o bien que son fruto de la ignorancia y la precipitación, o bien que nos intentan manipular con la intención de desviar nuestra atención. Se nos están lanzando constantemente señuelos: rebajas sí o rebajas no, tanto por ciento de ocupación de locales en las fases de apertura… Cada día un señuelo diferente. Todo para desviar la atención de lo que tendría que ser central y principal, los fallecidos, su memoria, recuerdo, dignidad y el acompañamiento de sus familias y allegados y cómo afrontar el futuro próximo con fortaleza y esperanza.
La noticia, lo central, son los fallecidos, pero no por el morbo, sino por el respeto, consideración y homenaje que les debe toda la sociedad. Un solo muerto merece infinitamente mayor respeto que los animales de todas las perreras del mundo o que todos los animales juntos. La noticia de la muerte debería eclipsar, o poner en segundo término, cualquier otra noticia. La manera de explicar los diferentes recuentos de fallecidos por el coronavirus argumentando que el desfase entre los 27.000 fallecidos, que se cotejan en el Ministerio de Sanidad y los más de 40.000 de otros registros, también oficiales son meros “datos complementarios”.
A la par de los constantes señuelos sociales se está produciendo una reiterada manipulación del lenguaje. Nada ocurre espontáneamente o por casualidad. Todo tiene una intencionalidad. No estamos en una “guerra”, estamos en una pandemia. No estamos en una “desescalada”. No hemos subido a ninguna montaña. Hemos estado confinados en nuestras casas y ahora nos encontramos en un proceso de desconfinamiento. No vamos a una “nueva normalidad”. Si es nueva, no puede ser normal. Lo que anhelamos es recuperar la normalidad.
A todos nos debería preocupar que brille la verdad. “Sin una verdad última que guíe y oriente la acción política, las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder” (Benedicto XVI). Debemos actuar y enjuiciar los acontecimientos desde los principios y los valores, nunca desde los prejuicios partidistas o las ideologías. No es cuestión de si “son de los míos” o “no son de los míos”. La valoración consiste en averiguar si es verdad o mentira, correcto o incorrecto, moral o inmoral y, aplicando los principios, el juicio no debería cambiar nunca, sea si se aplica a un familiar o a un extraño, un amigo o un enemigo, este partido o el otro partido. “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (San Juan Pablo II).
Ante una sociedad adormecida y anestesiada por la pasividad y el miedo, tenemos que afrontar y asumir la realidad en su auténtica verdad. Debemos abrir los ojos. Nos llegan constantemente mensajes que desconocemos su procedencia y que no están firmados, muchas veces son falsos o desfasados y, frecuentemente, buscan el enfrentamiento. Nunca debemos dar credibilidad a ningún mensaje que no hayamos contrastado. El otro encarna un valor en sí mismo. El valor de la persona prima siempre sobre cualquier otra consideración u opinión. El otro no es mi enemigo, es un ser humano y, por lo tanto, inviolable y superior a cualquier otra valoración partidista o ideológica.
La ideología lleva en su esencia cavar trincheras. Ninguna ideología debería ser motivo para enturbiar los lazos familiares o agriar y cortar las relaciones de amistad. Aprendamos para salir de esta pandemia con una conciencia más clara del bien común, de lo que nos une, de lo que somos como personas y de lo que estamos llamados a ser.
La verdad, siempre la verdad. Acabamos reconociendo y homenajeando a todos aquellos que, hoy contracorriente, buscan incansablemente la verdad, la unión, el bien social y ponen en primer lugar la dignidad del ser humano.