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Dios es Amor · Reflexión de nuestra parroquia

Dios es Amor · Reflexión de nuestra parroquia

“Dios es amor” (1 Jn 4, 8). Esta es nuestra certeza más fuerte, más firme, más profunda. Sí, en estos momentos de dolor, sufrimiento y turbación, lo tenemos que proclamar con humildad, acompañados del temblor que nos producen los acontecimientos que están sucediendo a nuestro alrededor. Para encontrarse con Dios, no tenemos que huir de las circunstancias en que nos encontramos. Dios se hizo acontecimiento, Dios se nos hizo presente a través de la encarnación de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en el seno de María. Desde entonces todo ha cambiado, todo se puede leer de forma diferente.

Dios continuamente sale a nuestro encuentro: “Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él, conmigo” (Ap 3, 20). Dios, tanto nos ama, que nos está continuamente buscando y llamando. Nosotros tenemos la llave para poder dejarle entrar. Él nos pide entrar. Está permanentemente esperando y mendigando para que le abramos.

Dios nos ha creado así, libres, con posibilidad de elegir, con capacidad hasta de negarle, “No hay Dios que me pida cuentas” (Salmo 10, 4). Podemos discutir, litigar con Dios y, en estos momentos más que nunca, gritarle… un grito que siempre es oración, la oración más profunda, la que surge del fondo del alma.

Decir que Dios es amor en medio de este panorama puede parecer una provocación, un insulto, un atentado a la razón. Sin embargo, es el mensaje medular, el que funda nuestra fe. En los momentos en los que parece que Dios se esconde es cuando más nos tenemos que preguntar por el sentido de nuestra existencia y más nos tenemos que poner en actitud de escucha y de búsqueda. Puede ser estimulante esta bella historia de un nieto y su abuelo: “Yehiel, el nieto del rabí Baruj, jugaba un día al escondite con otro niño. Encontró un escondrijo estupendo, se metió y esperó a que su compañero viniera a descubrirlo. Pero, después de haber esperado mucho tiempo, acabó por salir y no vio en ninguna parte a su amigo. Se dio cuenta entonces de que el otro niño no lo había buscado en absoluto y rompió a llorar. Fue corriendo, todavía sollozando, a buscar a su abuelo para quejarse a gritos de la maldad de su compañero, de aquel malvado niño que no había querido buscarlo, ¡y eso que él estaba tan bien escondido! Solo con gran trabajo consiguió aguantarse las lágrimas el abuelo: Es exactamente lo mismo que dice Dios: “Me escondo y nadie quiere buscarme”. Dios anhela que le busquemos. Tenemos necesidad de él. Dios quiere que pongamos en ejercicio nuestra libertad para que vayamos a su encuentro. Dios no nos ha creado estáticos como momias o teledirigidos como autómatas. Nos ha creado con la capacidad para que, en todo momento, podamos tomar opciones.

Creemos en un Dios que es Padre, rico en amor y en misericordia, que nos ha enviado a su hijo, que murió en una cruz y al tercer día resucitó y que nos está esperando en el Reino de los cielos.

Dios amor en estas circunstancias nos quiere erguidos, de píe, llenos de esperanza, contemplando con asombro y admiración la primavera que brota con fuerza y se asoma por todos los rincones, los árboles que se llenan de hojas con sus variadas tonalidades, las flores que explotan con sus multiformes colores, los pájaros que bellamente trinan, el cielo azul, la noche estrellada. Él está dando sentido al dolor, al sufrimiento, al entierro, prácticamente en soledad, de nuestro padre, hermano, hijo o amigo que se van sin nuestra compañía física.

Dios nos está hablando con fuerza, con insistencia. Nos está mostrando su camino, su voluntad, lo que quiere de nosotros y para nosotros, como dice San Máximo confesor: “Nada hay tan querido ni tan estimado de Dios como el que los hombres, con una verdadera penitencia, se conviertan a él”. Cuánto amor, cuánta entrega, generosidad, belleza está resplandeciendo en estos días. Dios nos ha regalado estos acontecimientos para que brote lo mejor de cada corazón.
Dios en estos momentos está cerca de nosotros, a nuestro lado. Él acompaña todos nuestros dolores y sufrimientos. Él acoge nuestras dudas, tristezas y vacilaciones. Él está presente en nuestra reclusión. Él está dando sentido y llevando de su mano los acontecimientos que estamos padeciendo.. Ahora es tiempo para escuchar de los labios de Jesús: «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 29). Es tiempo para preguntarse sobre lo que Dios quiere de cada uno. Dios nunca desatiende un corazón dolorido y roto. El amor de Dios es bálsamo y consuelo para todos nuestros miedos y angustias.

Cristianos, bautizados, hijos de Dios, ¡ánimo!, ¡adelante! “Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor” (Salmo 26, 14). Es el paso del Señor, la Pascua, la alegría que nunca debe faltar en nuestra vida, el gozo que siempre, como una cascada, debe llenar nuestro corazón: “Alegraos siempre en el Señor, os lo repito, alegraos” (Filp 4, 4).

No podemos callarnos, no podemos quedarnos mudos, repitamos con San Juan de Ávila: “Sepan todos que nuestro Dios es amor”. Hagamos nuestras las palabras del Papa que, solo en una plaza de San Pedro vacía, suplicaba a Dios por el fin de la pandemia: “es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás… Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza… Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”. “No tengáis miedo” (Mt 28, 5). Con toda certeza, en esta hora, Dios no puede dejar de actuar. Recemos y confiemos.

Fidel Blasco Canalejas · Parroquia San Juan de Ávila · Guadalajara